martes, 30 de junio de 2009

Capítulo 2: Filósofos y poetas afectados por "los furores" del enamoramiento

Capítulo 2

Filósofos y poetas afectados
por "los furores" del enamoramiento

Como lo definía Spinoza, mente (1) y cuerpo son atributos paralelos, manifestaciones, de la misma sustancia (Ética, parte I), para luego agregar:
"La mente humana es la idea del cuerpo humano".
(Spinoza, Ética, parte II).
Definiciones que la actual neurobiología está probando como ciertas.
En consecuencia, mente y cuerpo son dos aspectos, sólo separados en teoría, de una misma naturaleza que se manifiestan en total unidad, conexión y relación, de tal manera que lo que sucede en el cuerpo afecta a la mente y viceversa.
Pero, todavía más, las reflexiones de Spinoza sobre la naturaleza humana se extendieron mucho más allá y se anticiparon a fenómenos que todavía mantienen su velo de misterio, tales el enamoramiento y el amor.
Por ejemplo, al reflexionar Spinoza sobre el amor, como estado del cuerpo y como estado de la mente, es decir, separando el estado de lo que lo causa; separando el proceso de sentir del proceso de tener una la idea acerca de un objeto que pueda causar una emoción, escribe:
"El amor no es otra cosa que un estado placentero, alegría, acompañado por la idea de una causa externa".
Spinoza, Ética, parte III.
Estos estados e ideas que Spinoza definía como los afectos y a los que consideraba como un aspecto fundamental del Ser Humanos, son considerados ahora por las neurociencias como fundamentales de la naturaleza del Homo-Humano, tal y como lo define y demuestra Antonio Damasio:
"Los sentimientos de dolor o placer, o de alguna cualidad intermedia, son los cimientos de nuestra mente" (2).
A esto es necesario agregar el problema de la conciencia, como la explica Antonio Damasio:
"En el sentido estricto del término, conciencia significa la presencia de una mente con un yo, pero en términos humanos prácticos, esta palabra realmente significa más. Con ayuda de la memoria autobiográfica, la conciencia nos proporciona un yo enriquecido por los registros de nuestra propia experiencia individual. Cuando nos enfrentamos a cada nuevo momento de la vida como seres conscientes, aplicamos a dicho momento las circunstancias que rodean nuestras alegrías y penas pasadas, junto con las circunstancias imaginarias de nuestro futuro anticipado, aquellas que se supone que aportan más alegrías o más penas" (3).
De lo anterior puede deducirse que si el cuerpo se trasforma, la mente es obligada a trasformarse y viceversa.
Uno de los estados naturales, el más extraordinario y misterioso, aquel en el que se manifiestan esos fenómenos de trasformación, es el del enamoramiento, estado en el que, además de los aspectos biológicos, se involucran aquellos aspectos de lo que se denomina el espíritu, ese espíritu que es tal y como define George Santayana:
"Puesto que el espíritu es una emanación de la vida natural" (4).
O para decirlo con Nietzsche:
"El cuerpo creador se creó el espíritu como una mano de su voluntad" (Así habló Zaratustra, I, De los despreciadores del cuerpo).

***

El enamoramiento es, pues, ese estado natural de trasformación que por necesidad se desata en el campo fértil y abonado del cuerpo y de la mente del Homo-Humano al impacto de una visión maravillosa que lo inflama con "ferino furor" y cuya contemplación lo hace estar más cercano de ser, él mismo, un dios, como intentan expresarlo, atónitos, poetas y filósofos.
El enamoramiento es ese momento en el que el Homo-Humano se hace, en cuerpo y mente, original, total y, tal como lo fuera en el principio, vuelve a contemplar las maravillas de la vida y del universo como la primera vez: el enamoramiento es una hierofanía que provoca un renacimiento.
Sin denominarlo enamoramiento, filósofos y poetas hablan de un estado en el cual, extática, dolorosa y maravillosamente, les es permitido contemplar y acceder a la Sabiduría.
Con las palabras de Hölderlin en Hiperión, en la segunda carta de Hiperión a Belarmino, el enamoramiento es ese momento en el que se vuelve a:
“Ser uno con todo, esa es la vida de la divinidad, ese es el cielo del hombre. Ser uno con todo lo viviente, volver, en un feliz olvido de sí mismo, al Todo de la Naturaleza, ésta es la cima de los pensamientos y alegrías, esta es la sagrada cumbre de la montaña, el lugar del reposo eterno donde el mediodía pierde su calor sofocante y el trueno su voz, y el hirviente mar se asemeja a los trigales ondulantes.
¡Ser uno con todo lo viviente!
(...)
Formar un solo ser con todo lo que vive, ¿no es vivir como los dioses y poseer el cielo en la tierra?”.

***

Estigmatizado, fundido y confundido, el enamoramiento ha sido considerado erotismo, pasión, manía o locura, amor y, en los cantos de los poetas, éxtasis sobrenatural. Utopía para los filósofos. Perturbación mental y emocional para los psicólogos. Alteración del ser para los fenomenólogos. Enfermedad para la medicina, etc.
Fusiones o confusiones a las que es necesario añadir otras dos:
Primero, se funde y se confunde el enamoramiento con el amor. Esa es la fusión y confusión más perversa, compleja y extendida en la cultura, hasta el punto que es casi imposible separar la naturaleza del enamoramiento de la naturaleza del amor.
A esta fusión y confusión contribuyeron los conceptos de amor como Ágape o Eros, con los que se encargaron de sublimar aquello que se denominó "amor platónico" y "amor cortés", así como amor sagrado y amor profano.
Segundo, un malentendido convertido en prejuicio: al enamoramiento se le considera sólo como la atracción y la unión, con alta carga de sensualidad y sexualidad, entre Homo-Humanos, lo cual y por mi experiencia, no es del todo cierto.
La sensualidad y la sexualidad se corresponden mejor con lo que propuso Schopenhauer en La metafísica del amor sexual:
"Los poetas de todos los tiempos se han ocupado incesantemente en el intento de expresar con innumerables giros la aspiración amorosa (...), esta añoranza que vincula la representación de una felicidad infinita con la posesión de una determinada mujer, así como un dolor inefable con el pensamiento de no poderla conseguir. Esta añoranza y este dolor del amor no pueden tomar su materia de las necesidades de un individuo efímero, sino que son el suspiro del espíritu de la especie, que ve aquí un medio insustituible para lograr o echar a perder sus fines y, por tanto, suspira profundamente".
Sobre el amor sexual existe una larga tradición en la literatura y en manuales de las diversas culturas: el Kama Sutra, en la India; El arte de amar, de Publio Ovidio Nasón; De amore o Tratado sobre el amor, de Adreas Capellanus, Un Kama Sutra Español, de Luce López-Baralt, en este último se reconoce la comunión sagrada de la sexualidad. En fin, el inconmensurable catálogo de libros científicos, pseudocientíficos y de autoayuda de los últimos tiempos sobre el tema.
Sin embargo, enamoramiento y amor son perfectamente diferenciables, siempre y cuando se realice un buen esfuerzo de análisis, interpretación y explicación, a partir de la naturaleza humana, de las manifestaciones culturales y en las propias neurociencias.

***

En el enamoramiento, el enamorado se funde y se fusiona con aquella visión que le ha causado el enamoramiento -nunca se apodera ni se apropia ni domina-. Visión que bien puede ser: el dios de los mitos o de los místicos o de la persona amada o el descubrimiento e invención de algo original o el sueño de realizar una acción o una actividad, en fin, ese estro amoroso y creativo, ese momento exaltado en el cual se tiene plena conciencia y saber de haber desvelado y revelado un misterio: una hierofanía, una revelación que todo lo trasforma.
Porque, y para evitar objeciones, lo que en el enamoramiento se presenta como causa externa, de inmediato se transforma en causa íntima o inmanente, si se quiere, como poéticamente lo expresa San Juan de la Cruz:
"¡Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el amado transformada!".
(San Juan de la Cruz, La noche oscura).
Antes que San Juan de la Cruz, Giordano Bruno había expresado el mismo fenómeno para "el furioso heroico":
"CICADA: Entiendo: porque el amor transforma y convierte en la cosa amada".
(...)
"TANSILLO: Así es. He aquí pues cómo Acteón, convertido en presa de sus propios canes, perseguido por sus propios pensamientos, corre y "dirige los nuevos pasos" -renovado en cuanto procede divinamente y con mayor ligereza, es decir, con mayor facilidad y con más eficaz vigor- "hacia la espesura", hacia los desiertos, hacia la región de las cosas incomprensibles; de hombre vulgar y común como era, se torna raro y heroico, tiene costumbres y conceptos raros, y lleva una vida extraordinaria. Y en este punto "le dan muerte sus muchos y grandes canes", acabando aquí su vida según el mundo loco, sensual, ciego e ilusorio, y comenzando a vivir intelectualmente; vive la vida de los dioses, nútrese de ambrosía y de néctar se embriaga" (Los Heroicos Furores, I, 4).

***

Aun así, las fusiones y confusiones persisten y a pesar de una que otra propuesta por investigar y definir al enamoramiento como un estado propio, particular y natural del Homo-Humano, todavía es un misterio por desvelar.
Para desenmarañar todas esas fusiones y confusiones, es necesario empezar por diferenciarlos en el lenguaje, para que de esa manera se pueda llamar a las cosas por su propio nombre, sentido, connotación y denotación.
Porque el enamoramiento no es ni lo uno ni lo otro ni lo demás allá, el enamoramiento es una manifestación necesaria de la naturaleza del Homo-Humano que, como todos los fenómenos, sucesos y eventos que ocurren en el universo, está sometido por las circunstancias y las condiciones en las cuales operan las leyes de la Naturaleza, al fin y al cabo, la Naturaleza es la Ley. Y, como todo en la Naturaleza, el enamoramiento también esta sometido por esa Ley.
El Homo-Humano, en su propia naturaleza, es cuerpo y mente, por ello convierte todo en lo que está inmerso en materia o idea o sueño, con la finalidad de poder explicárselo y controlarlo. De esa manera, a aquello que logra comprender y de lo que se apropia, lo considera ciencia, a lo desconocido y misterioso, a lo incontrolado, lo declara territorio de descubrimiento y conquista: el ámbito de filósofos, poetas y científicos.
Como el enamoramiento es un estado que lo afecta en su cuerpo y en su mente de manera extraordinaria y maravillosa: “¡Ser uno con todo lo viviente!”, ese sentir, para el que aun carece de explicación, lo asombra y lo desconcierta, por lo que continúa considerándolo un misterio que, como todos los misterios, permanece oculto entre el infierno de la materia y el cielo de lo sobrenatural.
Es en ese infierno y en ese cielo en donde habrá que explorar para poder trazar un mapa que permita situar al enamoramiento en el lugar, en el tiempo y en el espacio, humanos que le corresponde.
En consecuencia y como lo escribió el poeta William Blake en The Four Zoas:
"Cuando el pensamiento yace sepultado en cavernas, mostrará el enamoramiento su raíz desde el más profundo de los infiernos".
("Ehen Thought is clos's in Caves Then love shall shew its toot in deepest Hell").

***

Hubo un tiempo en el que los Homo-Humanos eran, en cuerpo y espíritu, hijos de "La Gran Madre", "La Gran Diosa", en aquellas comunidades solidarias, "matriciales", en las que el enamoramiento era enamoramiento y el amor era amor, en cuerpo y espíritu, tanto para los mitos como para la cultura.
Pero, cuando las comunidades "patriciales" emergieron de las necesidades y el miedo, destruyeron aquellos mitos y cultura para imponer sus propios mitos patriarcales.
Es, desde entonces y desde esos mitos y culturas, y pasando por la ignorancia, la superstición, el prejuicio, el moralismo, el materialismo, el eudemonismo, el hedonismo utilitarista, el idealismo, etc., que el enamoramiento ha sido considerado dios o demonio y muy poco cuerpo y mente humanos.
El enamoramiento, por la estigmatización, fusión y confusión, se le ha simbolizado como Eros, el dios de las ambiguas cualidades de destructor, generador y regenerador de la vida y del universo. Si bien, el enamoramiento es, en parte, Eros, manía o locura o pasión, no lo es en particular, porque es mucho más que ello, en general.
Desde las más antiguas culturas se ha explicado el motivo de Eros en diversas formas y manifestaciones: a veces sagrado, a veces trágico, a veces heroico o a veces cómico y bromista. Pero, por sobre todo ello, un Eros de dos instancias: el Eros cósmico que funde, confunde y une al universo y el Eros pasional que funde, confunde y une a los Homo-Humanos.
En el enamoramiento participa Eros. En el motivo de Eros cósmico, es el que explota, desata y destruye, para, de inmediato, implosionar, fundir, confundir y construir un nuevo cosmos o a un nuevo Homo-Humano, él mismo, pero ya otro. En el motivo de Eros pasional, es manía, locura y pasión, que funde y confunde al enamorado socrático.
De allí que no sea extraño que a las manifestaciones extremas del enamoramiento se las funda y confunda con las posesiones daimónicas del dios del erotismo, tal y como lo hace el Sócrates de Platón en Fedro y Banquete, razón por la cual concluye y recomienda que, para el Homo-Humano, mejor es el amor y la amistad. Amor y amistad en cuyo nombre se estigmatizó, persiguió y combatió, el enamoramiento y a los enamorados con la férula antihumana del cristianismo, de los demás monoteísmos y, por supuesto, del idealismo filosófico.
Aun así, Platón, salvo por la idealización de su amor en "amor platónico", estuvo próximo a una definición del sentido y efectos del enamoramiento cuando Diotima define el amor, en Banquete:
“Amor de la generación y procreación de lo bello (...), necesariamente el amor es también amor de la inmortalidad” (Banquete, 206-e, 207-a).
Enamoramiento que es “Amor de la inmortalidad” que “necesariamente” conlleva al deseo de convertirse en un hombre superior o amigo de la sabiduría:
"Es ley que el alma que ha visto el mayor número de seres se trasplante en una simiente de hombre que deberá convertirse en amigo del saber y amigo de lo Bello, o amigo de las musas, o deseoso de amor" (Fedro, 248d-e).
Y, así, convertirse en un dios:
"Por eso, el filósofo, teniendo familiaridad con lo que es divino y ordenado, se torna él mismo también en ordenado y divino, en la medida en que es posible a un hombre (República, VI 500b-d).
Ese es el mismo motivo de trasformación del enamoramiento que, en diversas variantes e interpretaciones ideológicas, se remonta desde origen de las civilizaciones hasta los griegos y que, de allí en adelante, inspirará a los pensadores y poetas, romanos, latinos, renacentistas y los de ahora, quienes consideran que, desde la naturaleza del animal humano -bestia, ángel y demonio-, es posible devenir en un dios, no un dios sobrenatural, si no en un dios de “carne y hueso”, poseído por daimones o, si se quiere, por espíritus que emanan de la vida natural, tal como ya se dijo, los define George Santayana.
Posesión por daimones o espíritus sagrados, eróticos, trágicos, heroicos o bromistas, que son siempre, como los define Giordano Bruno, "luminosos", "ferinos" o “furores”, eso es el enamoramiento:
"TANSILLO: Se suponen, y de hecho existen, varias especies de furores, todas las cuales se reducen a dos géneros: los unos manifiestan únicamente ceguera, estupidez e ímpetu irracional, tendiendo a la insensatez ferina; consisten los otros en cierta divina abstracción por la cual algunos alcanzan a ser en verdad mejores que los hombres ordinarios. Y estos son a su vez de dos especies, pues ciertos individuos, al haberse convertido en habitáculo de dioses o espíritus divinos, dicen y obran cosas admirables de las que ni ellos mismos ni otros entienden la razón (...). Otros, por estar avezados o ser más capaces para la contemplación y por estar naturalmente dotados de un espíritu lúcido e intelectivo, a partir de un estímulo interno y del natural fervor suscitado por el amor a la divinidad, a la justicia, a la verdad, a la gloria, agudizan los sentidos por medio del fuego del deseo y el hálito de la intención y, con el aliento de la cogitativa facultad, encienden la luz racional, con la cual ven más allá de lo ordinario: y estos no vienen al fin a hablar y obrar como receptáculos e instrumentos, sino como principales artífices y eficientes" (5).
El enamoramiento, ese suceso primordial, extraordinario y maravilloso de la trasformación de la vida, que se ha querido expresar y explicar por medio de las figuras -masculinas y femeninas- más sagradas, hermosas, trágicas, picarescas y poderosas, imaginadas por la mente humana, todas ellas motivos y figuras en las cosmogonías y mitologías de todos los tiempos y lugares y hasta en las morbosas y perversas tergiversaciones mitológicas de las religiones, en especial, de los monoteísmos.
Una larga historia de luces y tinieblas en la que el enamoramiento, paradójicamente, siempre ha sido, más que causante de manías o locuras, provocador de ingenio y sobrehumanas potencias; potencias que se desatan desde lo más profundo del impulso vital del Homo-Humano al influjo de fuerzas aun incomprendidas, las que lo elevan más allá de sus límites en medio de la entropía causada por las agonías y éxtasis de la generación y la regeneración de sí mismo y de la vida.
De ello dan testimonio las primitivas "Gran diosas" y, con ellas, las “Damas invisibles”, esas que seducían a los chamanes para concederles poderes sobre la vida y la tierra; las egipcias Isis y Hator, diosas del amor y de la vida; el pícaro arquero hindú: “Deseo de amor”, hijo de Brahmã y de Aurora, junto con “Deleite”, su pareja, provocadores de la confusión, la generación y la regeneración; la diosas eróticas mesopotámicas del la generación, la fecundidad y el amor: Inana, Istar, Astaré (de la que se origina Afrodita), Anaitis, Kubeba o Cíbele, que amaban en sus mitos, que hacían amar a los hombres. De todos ellos, se originan los dioses griegos y romanos, más conocidos y populares: Eros, Afrodita, las musas, Venus, Cupido.
De estas influencias y sus trasposiciones y rechazos, Ágape, Amor y Eros, se convierten en la “marianización” y en las Melusinas medievales, las caras del bien y del mal en el amor cristianizado.
Todos estos motivos y figuras son las imágenes con las que se trata de explicar ese perdurable misterio que todavía continúa siendo el enamoramiento y el estro amoroso y creativo.
Figuras y motivos simbólicos, concretos o ficticios, mutables y mutantes, reales y poderosos, que inflaman la imaginación del Homo-Humano al querer expresar y explicar los delirios místicos y los éxtasis maravillosos y dolientes que en el enamoramiento trastornan y trasforman su cuerpo y su mente.
Delirios y éxtasis por los que y ante la imposibilidad de proponer una clara expresión y explicación, se ha producido la fusión y confusión de las lenguas, incapaces estas de distinguir, como cosa propia y particular, al enamoramiento de la pasión, de la infatuación y del amor. Esto es lo que ha causado que el asunto se haya mantenido lejos de las exploraciones de la razón y de la ciencia, dejándolo a las mentes ardientes y delirantes de filósofos y poetas, metafísicos y teólogos que, en lugar de explicar, confunden.
Esos delirios amorosos de los filósofos, de los poetas, de los metafísicos y de los teólogos que continúan fluyendo por un río heraclitiano de versos, poemas y teorías, en un diluvio universal y con pocas esperanzas de que algún día se divise tierra.
Es necesario, entonces, distinguir amor de enamoramiento, proponer una explicación que, sin despojarlos de sus mágicas y misteriosas luces, permita realizar una contemplación más humana de sus naturalezas.
Ese enamoramiento y ese estro amoroso y creativo que también se manifiesta como extrema pasión, pero que no es tampoco sólo pasión, que es esa "gracia especial" como la que expresa el bruniano personaje de Shakespeare:
"BEROWNE: Pues cada hombre nace con pasiones que tan sólo una gracia especial puede dominar, no la voluntad".
William Shakespeare, Penas por amor perdidas.

***

El amor, a diferencia del enamoramiento, es un sentimiento que el Homo-Humano puede provocarse, desarrollar, manejar y controlar a voluntad. Amor que, si bien puede establecerse como una “tierra prometida” cuando concluye el enamoramiento, no depende necesariamente de él.
En este sentido, el amor se explica como el deseo voluntario del Homo-Humano, quien, en agradable compañía, se esfuerza por trasformarse, como lo dijo Platón, “él mismo también en ordenado y divino, en la medida en que es posible a un hombre”. Prescripción ésta que en los cantos y preceptos de poetas, filósofos y teólogos, funden y confunden enamoramiento y amor. Enamoramiento pagano y amor cristinizado.
Es por eso que cuando los poetas y los filósofos intentan describir ese instante en el que fueron "heridos" y derribados por el impacto de la flecha de los pícaros arqueros, lo que están tratando de explicar es el fenómeno inexplicable por el cual, en el campo fértil y abonado de su cuerpo y de su mente, fueron poseídos por el daimón de una dama o de un galán, de una idea o de una imagen o de un misterio maravilloso, de “un algo indecible”.
Ese estado que mejor plantean las preguntas del poeta y filósofo al-Andalus, Ibn Hazam de Córdoba (994-1063), en El collar de la paloma:
“Quiero saber quién y como vino.
¿Era la faz del sol? ¿Era la luna?
¿Era una pura y racional idea?
¿La imagen que suscita el pensamiento?
¿Un espectro forjado de ilusiones
que apareció encarnarse ante mis ojos?”.
Estado que se explica en el motivo del Acteón bruniano quien al contemplar la desnudez de Diana, a la que vio deslumbrante y magnífica en el bosque, es "devorado", trasformado, para que de ese instante en adelante ya le fuera posible contemplar y disfrutar la Sabiduría que cual la ambrosía alimenta a un dios. Ese es el momento del enamoramiento:
“En los bosques, mastines y lebreles suelta
El joven Acteón, cuando el destino
Le guía por camino incauto y dubio
Tras las huellas de fieras montaraces.
He aquí que entre las aguas, el más bello talle y rostro
Que ojo mortal o divino pueda ver,
Purpura, alabastro y oro fino,
Vio, y el gran cazador mudosé en caza”.
(Giordano Bruno, Los heroicos furores, primer poema, I, 4).
Lo que se explica según la cita ya trascrita atrás:
“He aquí pues cómo Acteón, convertido en presa de sus propios canes, perseguido por sus propios pensamientos, corre y "dirige los nuevos pasos" -renovado en cuanto procede divinamente y con mayor ligereza, es decir, con mayor facilidad y con más eficaz vigor- "hacia la espesura", hacia los desiertos, hacia la región de las cosas incomprensibles; de hombre vulgar y común como era, se torna raro y heroico, tiene costumbres y conceptos raros, y lleva una vida extraordinaria. Y en este punto "le dan muerte sus muchos y grandes canes", acabando aquí su vida según el mundo loco, sensual, ciego e ilusorio, y comenzando a vivir intelectualmente; vive la vida de los dioses, nútrese de ambrosía y de néctar se embriaga”.
(Giordano Bruno, Los Heroicos Furores, I, 4).
Contemplación de lo extraordinario que para el Berowne, bruniano y shakesperiano, es la Sabiduría que se contempla en ojos de mujer:
"BEROWNE.- ¡Oh! Tenemos más de lo que necesitamos. Atención, pues, soldados del amor. Considerad primeramente lo que debíais hacer. ¡Ayunar, estudiar y no ver mujeres! Traición inmensa contra el real Estado de la juventud. Decidme: ¿podéis ayunar? Vuestros estómagos son demasiado mozos, y la abstinencia engendra enfermedades.
Cuando jurasteis entregaros al estudio, cada uno de vosotros, señores, abjuró de su libro.
¿Os halláis en disposición de soñar siempre, de investigar siempre, de reflexionar en todo momento? Pues entonces, ¿os sería dado a vos, señor, o a vos, o a vos, descubrir los fundamentos de la excelencia del estudio sin la hermosura de un rostro de mujer? De los ojos de las mujeres obtengo esta doctrina. Ellas son la base, los libros, las academias de donde brota el verdadero fuego de Prometeo.
El trabajo durante largo tiempo sostenido, aprisiona las energías ágiles en las arterias, como el constante ajetreo y la acción de una marcha prolongada fatigan el vigor nervioso del viajero. Ahora, al jurar no ver el rostro de mujer alguna, habéis abjurado del uso de los ojos e incluso del estudio, que era el objeto más serio de vuestro juramento. Porque ¿existe en el mundo un autor capaz de enseñar la belleza como los ojos de una mujer? La ciencia no es más que un aditamento de nuestra individualidad. Allí donde estamos, nuestra ciencia reside también. Pues cuando nos contemplamos en los ojos de una mujer, ¿no vemos en ellos, asimismo, nuestra ciencia? ¡Oh! Hemos hecho voto de estudiar, señores, y por el mismo voto hemos repudiado nuestros verdaderos libros. Porque ¿cuándo, soberano mío, o vos, o vos, habéis hallado nunca en la meditación fría las ardientes estrofas con que os han enriquecido, a fuer de maestros, los incitantes ojos de una beldad? Las restantes disciplinas serias permanecen del todo inactivas en el cerebro, y estérilmente prácticas, apenas recogen cosecha de su duro trabajo. Mientras que el amor, aprendido primero en los ojos de una dama, no sólo no vive encerrado en el cerebro, sino que, con la movilidad de todos los elementos, se propaga tan rápidamente como el pensamiento en cada una de nuestras facultades y las infunde un doble poder, multiplicando sus funciones y sus oficios. Añade a los ojos una segunda vista de valor inestimable. Los ojos de un enamorado penetran más que los del águila; sus oídos perciben el murmullo más ligero, que escapa al oído receloso del ladrón; su tacto es más fino, más sensible que las tiernas antenas del caracol en su concha en espiral; su lengua, más refinada que la del goloso Baco. Y en cuanto a su valor, ¿no es Amor un Hércules, encaramándose de continuo a los árboles de las Hespérides? Sutil como una esfinge; tan acariciador y musical como el laúd del brillante Apolo, que tiene por cuerdas sus cabellos. Cuando habla el Amor, enmudecen todos los dioses para escuchar la armonía de su voz. Jamás poeta alguno osó tomar la pluma para escribir, antes que a su tinta se mezclasen las lágrimas del Amor. ¡Oh! Entonces es cuando sus cánticos embelesan los oídos más duros e infunden a los tiranos una dulce humildad. Tal es la doctrina que extraigo de los ojos de las mujeres, que centellean siempre como el fuego de Prometeo. Ellas son los libros, las artes, las academias; que enseñan, contienen y nutren al universo entero. Sin ellas nadie puede sobresalir en nada.
Por eso erais unos insensatos al abjurar de las mujeres, y lo seríais más aun si mantuvierais vuestro juramento. En nombre de la sabiduría, palabra que todos aman; en nombre del amor, vocablo que a todos gusta; en nombre de los hombres, autores de las mujeres; en nombre de las mujeres, por quienes han sido engendrados los hombres, olvidemos una vez más nuestros juramentos para acordarnos de nosotros mismos, si no queremos olvidarnos, guardando nuestros votos. La religión pide que perjuremos de esta suerte. La caridad colma la ley. Y ¿quién podría separar el amor de la caridad?
(William Shakespeare, Penas por amor perdidas, Acto IV, Escena III).

***

Es a partir de ese instante de contemplación que poetas, filósofos y científicos, tratan de expresar y explicar el pasmo, la fascinación y el asombro de sus visiones y la maravilla de sus trasformaciones y logros.
Eso mismo fue lo que le sucedió a Arquímedes y que él expresó con su “¡Eureka! ¡Eureka!”. Arquímedes, el perpetuo enamorado de su ciencia, del que cuenta Plutarco:
"A menudo los criados de Arquímedes le llevaban a los baños contra su voluntad, para lavarle y ungirle, y aun estando allí, siempre estaba dibujando figuras geométricas, incluso en las mismas cenizas de la chimenea. Y mientras lo estaban ungiendo con aceites y dulces perfumes, con sus dedos dibujaba líneas sobre su cuerpo desnudo, hasta tal punto estaba fuera de sí, y llevado de un éxtasis o trance, con el deleite que tenía en el estudio de la geometría".
Algo similar le ocurrió a Descartes en sus sueños de la razón.
Y, por supuesto, es lo que explica la trasformación del filósofo del Sentir, Jean-Jacques Rousseau, como lo escribe Ernst Cassirer:
“El mismo ha descrito en las Confesiones cómo su enamoramiento por la Señora d'Houdedot hizo que el filósofo, el crítico social, el apóstol de la libertad se transformara de nuevo en el “pastor extravagante”: “El grave ciudadano de Ginebra -exclama dolorosamente- volvió a ser de repente el pastor extravagante” (6).
Después del enamoramiento, Rousseau renació en él mismo... un nuevo Rousseau.

***

Mejor que filósofos y científicos, los misterios del corazón desvelan los poetas. Y, para reunirlos a todos y mostrar la expresión de esos momentos en los que el enamoramiento asalta y trasforma, he aquí a dos inmortales: Dante y Goethe.
Dante, en su Incipit vita nova (Comienza la vida nueva) (7), describe su primera contemplación de Beatriz y la emergencia y trasmutación de su enamoramiento eterno. También lo hará en la Divina comedia y en El convivio:
“Luego de mi nacimiento, el luminoso cielo había vuelto ya nueve veces al mismo punto, en virtud de su movimiento giratorio, cuando apareció por vez primera ante mis ojos la gloriosa dama de mis pensamientos, a quien muchos llamaban Beatriz, en la ignorancia de cuál era su nombre. Había transcurrido de su vida el tiempo que tarda el estrellado cielo en recorrer hacia Oriente la duodécima parte de su grado y, por tanto, aparecióseme ella casi empezando su noveno año y yo la vi casi acabando mis nueve años. Llevaba indumento de nobilísimo, sencillo y recatado color bermejo, e iba ceñida y adornada de la guisa que cumplía a sus juveniles años. Y digo en verdad que a la sazón el espíritu vital, que en lo recóndito del corazón tiene su morada, comenzó a latir con tanta fuerza, que se mostraba horriblemente en las menores pulsaciones. Temblando, dije estas palabras: Ecce deus fortior me, veniens dominabitur mihi (“He aquí un dios más fuerte que yo, que viene a dominarme”). En aquel punto, el espíritu animal, que mora en la elevada cámara adonde todos los espíritus sensitivos del hombre llevan sus percepciones, empezó a maravillarme en gran manera, y dirigiéndose especialmente a los espíritus de la vista, dijo estas palabras: Apparuit jam beatitudo vestra (“Se ha mostrado vuestra felicidad”). Y a su vez el espíritu natural, que reside donde se elabora nuestro alimento, comenzó a llorar, y, llorando, dijo estas palabras: Heu miser! quia frequenter impeditus ero deinceps! (“Ay de mí, que en adelante seré entorpecido a menudo”)
Y a la verdad que desde entonces enseñoreóse Amor de mi alma, que a él se unió incontinente, y comenzó a tener sobre mí tanto ascendiente y tal dominio, por la fuerza que le daría mi misma imaginación, que vime obligado a cumplir cuanto se le antojaba. Mandábame a menudo que procurase ver a aquella criatura angelical. Yo, pueril, andábame a buscarla y la veía con aparecer tan digno y tan noble que ciertamente podíansele aplicar aquellas palabras del poeta Homero: «No parecía hija de hombre mortal, sino de un dios.»
Y aunque su imagen, que continuamente me acompaña, se enseñorease de mí por voluntad de Amor, tenía tan nobilísima virtud, que nunca consintió que Amor me gobernase sin el consejo de la razón en aquellas cosas en que sea útil oír el citado consejo.
Pero como a alguno le parecerá ocasionado a fábulas hablar de pasiones y hechos en tan extremada juventud, me partiré de ello, y, pasando en silencio muchas cosas que pudiera extraer de donde nacen éstas, hablaré de lo que en mi memoria se halla escrito con caracteres más grandes”.
(Dante Alighieri, La vida nueva, II).
Para mayor ilustración sobre el enamoramiento de Dante, remito a lo que escribió en El convivio, en particular al poema y al segundo apartado del Tratado segundo (8) (9).
El enamoramiento de Dante es causado por la imagen de una bella niña a cuya adoración y exaltación dedicará el resto de su existencia y obra, pero, como luego explicará en el texto de la Vita Nova y con mayor amplitud en El convivio, en esa imagen también se encarnará la idea de la Sabiduría.

***

Goethe, poeta, filósofo y hombre de ciencias, amante de la Sabiduría y de la Belleza, permanente enamorado y enamorador de mujeres, desvela el previo desasosiego y posterior deslumbramiento del enamoramiento en Fausto (10), el cual es causado por la visión de un signo, de una idea, de una imagen, de la Sabiduría:
“¡Ay, dolor!, ¿pero es que sigo en este calabozo?
¡Maldito hueco sofocante
en el que hasta la querida luz del cielo
refractan y enturbian pintados cristales!
Limitado por este montón de libros
carcomidos de polilla, cubiertos de un polvo
que, hasta lo alto de la bóveda,
se acumula en ahumados papeles;
rodeado de vasos y cajitas,
abarrotado de instrumentos,
todos los trastos de mis antecesores ahí metidos.
¡Este es tu mundo! ¿Y eso ha de ser un mundo?
¿Y preguntas todavía por qué el corazón
en tu pecho, temeroso, se encoge?
¿Porqué un dolor inexplicable
te frena toda ansia de vivir?
(...)
(Abre el libro y descubre el signo del macrocosmos)
¡Ah, qué placer ante esta imagen
fluye de súbito por todos mis sentidos!
Siento que una nueva felicidad,
bullente de juventud, me invade nervios y arterias.
¿Fue un dios quien dibujó estos símbolos
que aplacan mi fiera lucha interior,
colman de alegría al pobre corazón
y, con secreto impulso, en torno mío,
a las fuerzas de la naturaleza descubren?
¿Soy yo un dios? ¡Todo lo veo tan claro!
Observo en esos puros símbolos
postrarse ante mi alma a la activa naturaleza.
Ahora entiendo lo que dice el sabio:
“¡El mundo de los genios no está sellado!;
¡tu ser se cierra, tu corazón es muerto!
¡Levantate, lava, discípulo, asiduamente,
tu mortal pecho en purpúreos rayos de la aurora”.
(Contempla el signo)
¡Cómo las partes se funden en el todo,
cómo vive y actúa lo uno en lo otro!
¡Cómo suben y bajan las celestes fuerzas
y los áureos cubos entre ellas se alcanzan!
¡Y con ondas de bendita fragancia,
desde el cielo, en la tierra penetran,
llenando de armoniosos sonidos todo el universo!”
(Johann W. Goethe, Fausto, I, Noche).
Fausto, para quien el joven Goethe describe con poética precisión el estado de desasosiego que precede a su enamoramiento y el momento hirofánico, establece que la causa de su enamoramiento es la visión, contemplación y descubrimiento del “signo del macrocosmos”, contemplado en un libro: la Sabiduría, la que luego será traspuesta en su enamoramiento por Margarita.
Será el viejo Goethe y al final de la segunda parte de Fausto quien comprenda la naturaleza y el misterioso propósito del enamoramiento.
Al final del fin, el viejo Fausto entona su postrer canto:
"Todo lo que ha ocurrido
es sólo una parábola.
Lo que es inalcanzable
se convierte en suceso.
Lo que es indescriptible
se ha realizado aquí.
Lo eterno-femenino
nos permite avanzar.
(Johann W. Goethe, Fausto, II, Barrancos).

***

Y no son estos los únicos filósofos y poetas que han sido poseídos por "los furores" del enamoramiento y el estro amoroso y creativo y quienes, en sus éxtasis y agonías, sacaron energías y materias para escribir grandes obras con las cuales buscar la armonía perdida.
Contra el racionalismo y de retorno a las tinieblas del espíritu y en los inicios del Romanticismo y no propiamente un romántico él, Friedrich Hölderlin y su enamoramiento por Susette Gontard, su Diótima, es causa de la transformación de su poesía, según lo escribió Hans-Georg Gadamer:
"Para Hölderlin, el encuentro de lo superior tuvo lugar en la separación de Diótima, en la despedida que vino a destruir una felicidad real. Fue la experiencia de lo divino, que aparece precisamente en su privación, lo que otorgó a la poesía de Hölderlin su nuevo tono, ante el cual nuestro siglo reaccionó como ante algo totalmente nuevo. Es importante que haya sido la experiencia de una pérdida lo que revelara al poeta el ser divino. A partir de la "divinidad" del amor, que Hölderlin experimentó, su tono poético registró una transformación radical" (11).
Luego, ya sí el romántico de los románticos, Novalis, Friedrich von Hardenberg, enamorado. La amada de Novalis fue Sophie von Kühn:
"A finales de este año, 1794, Novalis se encuentra con Sophie von Kühn. Queda subyugado. Será el gran amor de su vida. Lo que ahora sucede es un Romanticismo como forma de vida, algo que en el fondo sólo está en los libros.
La muchacha sólo tiene trece años; procede de buena familia. Por tanto, no hay impedimentos para el matrimonio, al que Novalis está decidido de inmediato; el inconveniente es quizás la tierna edad de la novia. Pero el padre se inclina por hacer la vista gorda, pues también él ha cogido cariño a la muchacha. En cambio, los amigos no podían comprender lo que fascinaba a Novalis, ya que no encontraban a Sophie especialmente atractiva. Sólo Tieck reacciona con arrebato. Ninguna descripción podría expresar, escribe, "con qué gracia y celeste encanto se mueve este ser supraterrestre, y qué belleza la rodea de resplandor y la ha revestido de emoción y majestad" (12).
Sophie von Kühn es por y a quien Novalis escribe su novela Enrique de Ofterdingen, sus Himnos a la noche y su anhelo de ver la Flor Azul.
Del enamoramiento expresado como poesía al enamoramiento como asunto de la reflexión filosófica:
Soren Kierkegard escribió, tras la crisis amorosa con Regina Olsen, sus obras más inquietantes y herméticamente autobiográficas: Temor y temblor, La repetición y Tres discursos edificantes, publicadas simultáneamente, en 1843. Así mismo: Diario de un seductor y ¿Culpable? ¿No culpable?, también de ese mismo año. Sobre esta crisis escribió en su Diario de 1849:
"Si quisiera saberse cómo -aparte de la relación con Dios- he sido impulsado a ser el escritor que soy, respondería: ello ha dependido de un anciano, que es el hombre a quien más debo -y de una joven, con la que he contraído la más grande deuda- y también de lo que por inclinación debe haberme sido dado como una posibilidad, a saber, unidad de vejez y de juventud, del rigor del invierno y de la dulzura de la primavera; el uno me educó con su noble saber, la otra con su agradable superficialidad".
El enamoramiento de la vida real se hace novela. De la mujer real tras Sonia, la Amada de Dostoievski-Raskolnikov, si se sabe, ella es:
"Apolinaria Súslova, la amada "Polina" (13).
La joven y bella "Polina", el enamoramiento antes y durante la escritura de las grandes novelas. Aquella que en un momento trágico de la vida de Dostoievski fue su apoyo y consuelo, es transformada en Sonia en Crimen y castigo, tal y como él lo escribió en sus cuadernos de notas:
"Sonia: la más irrealizable esperanza (es el propio Raskolnikov el que debe expresar esto)" (14).
Y que es su redención:
"Un día, hacia la caída de la tarde, el prisionero, ya convaleciente, se durmió. Cuando despertó se acercó casualmente a las rejas y vio a Sonia" (15).
Sus crímenes habían sido expiados y él había sido redimido por el amor, para ser retornado a la "normalidad":
"La vida había sustituido al razonamiento" (16).
Y un poco más allá, para abrirle la promesa de una nueva vida:
"Pero aquí comienza una nueva historia, la historia de la lenta y progresiva recuperación de un hombre, de su renovación y paso gradual de un mundo a otro nuevo" (17).
Si algún caso es asombroso, ese es el del enamoramiento que se expresa en una gran obra.
Martín Heidegger escribió Ser y tiempo en los días de su enamoramiento por Hannah Arendt, "la pasión de su vida", a la que reconoció el haber sido la musa que le hizo posible escribir la obra, como puede interpretarse a lo que dice Rüdiger Safranski:
"Para Heidegger se abrió en Marburgo una sorprendente oportunidad, lo que los teólogos de allí llamaban "Kairos", la gran oportunidad de un tipo especial de "propiedad". Tuvo allí un encuentro del que, según confesará más tarde su mujer Elfride, surgió "la pasión de su vida".
A principios de 1924 había llegado a Marburgo una estudiante judía de dieciocho años, deseosa de estudiar con Bultmann y Heidegger. Era Hannah Arendt.
(...)
"(Heidegger) En las cartas (a Hannah Arendt) insiste una y otra vez en que nadie lo comprende como ella, también y precisamente en asuntos filosóficos. Y de hecho Hannah Arendt demostrará todavía lo bien que ha entendido a Heidegger. Lo entenderá mejor de lo que él se ha entendido a sí mismo. Como acostumbra suceder entre los amantes, ella responderá complementariamente a su filosofía, y le dará aquella mundanidad que todavía le falta. Al "precursar la muerte" responderá con una filosofía de la natividad; al solipsismo existencial de "mi singularidad" (Jemeingkeit) responderá con una filosofía de la pluralidad; a la crítica de la "caída" en el mundo del "uno" replicará con el "amor mundi". Al "claro" (Lishtung) de Heidegger responderá ennobleciendo filosóficamente la "esfera pública". Sólo así surgirá de la filosofía de Heidegger un todo completo; pero este hombre no lo notará. Él no leerá los libros de Hannah Arendt, o lo hará muy de pasada, y lo que lee allí le ofende.
Heidegger ama a Hannah y la amará por mucho tiempo; la toma en serio, como mujer que lo comprende, y ella se convertirá en su musa de Ser y tiempo; él le confesará que sin ella no habría podido escribir la obra. Pero en ningún momento se persuadirá de que puede aprender de ella" (18).
O, tanto o más asombroso, cuando el enamoramiento transforma a mujeres de la vida real en mujeres de ficción y viceversa.
Franz Kafka escribió sus novelas-mujer: América, El proceso y El castillo y numerosas narraciones, luego de sus enamoramientos y fracasos amorosos con la señora Tschissik, Felice y Milena y de quién sabe qué otras oscuras experiencias erótico-amorosas (19). Kafka que a sus quince años, seducía muchachas con los versos de Así habló Zaratustra (20).
Pero el "caso Kafka", él y su escritura, son asuntos únicos y misteriosos. Para él, el enamoramiento era como sus mujeres, las reales y las de ficción, más reales las de ficción que las reales, como lo expresa Marcel Reich-Ranicki:
“Así eran las mujeres que Kafka amaba, así debían ser: seres sin rostro que, precisamente por no tenerlo, podían excitar su fantasía con una fuerza especial y eran idóneas como pantallas de proyección de sus visiones. En su carencia permanente necesitaba no tanto personas reales del sexo femenino cuanto criaturas de su imaginación, principalmente. Pero éstas no podían surgir sin unos modelos reales, que, sin embargo, no debían ser ni demasiado claros ni demasiado próximos. Y Kafka no tuvo ningún reparo en comunicárselo muy pronto y sin rodeos a su nueva pareja epistolar: a la “Milena real”, a quien enviaba sus cartas, opuso “la milena aún más real”, es decir, aquella que “se hallaba presente conmigo todo el día, en la habitación, en el balcón, en las nubes” (21).
Mujeres, las de Kafka, que por lo que he averiguado y por su genética literaria, están emparentadas con algunas de las protagonistas de las novelas de Dostoievki (22).
Y, señalo: Eros actúa en la oscuridad; no hace distinción de género. Thomas Mann, a quien sus enamoramientos por muchachos le provocaron la compulsión para escribir algunas de las más emocionales y herméticas páginas de sus obras y de la historia de la literatura y del enamoramiento homosexual.
Tal el caso del enamoramiento de Thomas Mann por Armin Martens, según la crítica de Marcel Reich-Ranicki:
"Armin Martens (el modelo de Hans Hansen en Tonio Kröger), de quien se dice que no había tenido otra misión que la de inspirar un sentimiento destinado a convertirse en un poema perdurable. ¿Ninguna otra misión? Me pregunto si se trata sólo de una observación fría y egoísta o quizás incluso cruel" (23).
Y, ¿qué decir, entonces, de Muerte en Venecia, La montaña mágica, José y sus hermanos?
En fin, la lista de filósofos y poetas trasformados por el enamoramiento, como un río heraclitiano, continúa fluyendo, viejas y nuevas aguas, siempre otras, siempre las mismas.

***

Con estos ejemplos y los muchos que cada cual pueda buscar en la literatura universal, se puede mostrar como evidencia, primero, el proceso del desarrollo del enamoramiento y, segundo, que la causa que lo desata puede ser tanto la visión de una imagen, de una persona, de una idea, de una actividad, de un misterio, “un algo indecible” y que estas causas, a su vez, se pueden o no, transmutar, fundir y confundir, las unas con las otras.
Sobre estas trasmutaciones y fusiones en el enamoramiento, tampoco la ciencia y la razón han hecho o dicho nada.

NOTAS
(1) En su traducción de la Ética demostrada según el orden geométrico, Vidal Peña hace la siguiente aclaración sobre el uso y traducción de "mens" por "alma" y sus reservas a utilizar "mente", lo que queda aclarado y desvirtuado por la explicación de Antonio Damasio sobre la definición de "mente" que el utiliza tanto para traducir a Spinoza como para presentar los resultados de su investigación. Esto dice Vidal Peña:
(43) 24. Advertimos desde ahora que traduciremos, siguiendo el uso, mens por «alma». E. GIANCOTTI-BOSCHERINl («Sul concetto spinozano di mens», en Ricerche lessicali su opere di Descartes e Spinoza, Roma, 1969) ha probado cómo no puede por menos de ser significativo el hecho de que Espinosa utilice la voz mens en lugar de la voz anima. Al proceder así, se evaporan muchas connotaciones «espiritualistas» tradicionales, connotaciones espiritualistas que siguen presentes en la voz «alma». Pero «mente» tampoco nos satisface: permanece demasiado adscrita, en castellano, a «contenidos cerebrales», y tampoco es ése el caso de la mens espinosiana, que es forma o idea del cuerpo, y no —o no sólo— «representación cerebral». Por ello, a riesgo de mantener aquellas connotaciones espiritualistas (contra las cuales, desde luego, prevenimos al lector también desde ahora), seguiremos traduciendo «alma», a falta de cosa mejor.
(2) Antonio Damasio, En busca de Spinoza. Neurobilogía de la emoción y los sentimientos, Crítica, Drakontos, Barcelona, 2009, p. 9.
(3) Antonio Damasio, En busca de Spinoza. Neurobilogía de la emoción y los sentimientos..., p. 250.
(4) George Santayana, Platonismo y vida espiritual, Trotta, Madrid, 2006, p. 57.
(5) Giordano Bruno, Los heroicos furores, Tecnos, Madrid, 1987, pp. 56-57.
(6) Ernst Cassirer, Rouseau, Kant, Goethe. Filosofía y cultura en la Europa del Siglo de las Luces. Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2007, p. 178. La cita de Rouseau corresponde a Confesiones.
(7) Dante Alighieri, Incipit vita nova (Comienza la vida nueva), II:
(8) Dante Alighieri, El convivio,Tratado segundo, Canción primera:
Canción primera
Los que entendiendo movéis el tercer cielo,
oíd el lenguaje de mi corazón,
que yo no se expresar, tan nuevo me parece.
El cielo que creó vuestra valía,
vos las que sois gentiles criaturas,
me trajo a aqueste estado en que me encuentro:
de aquí, pues, que el hablar de la vida que llevo,
parezca dirigirse dignamente a vos;
por ello os ruego que me lo entendáis.
Os diré la novedad del corazón,
de cómo llora en él el alma triste
y cómo habla un espíritu contra ella,
que los rayos le traen de vuestra estrella.
Solía ser vida del corazón doliente
un suave pensamiento que se iba
muchas veces a los pies de Vuestro Señor.
Donde una dama, veía estar en gloria,
de quien hablábame tan dulcemente,
que mi alma decía: «Yo allí ir quiero».
Ahora aparece quien a huir le obliga
y se adueña de mí con fuerza tal,
que el temblor de mi corazón se muestra fuera.
Éste me hace mirar a una dama,
y dice: «Quien ver quiere la salud,
haga por ver los ojos de esta dama»,
si es que no teme angustias de suspiros.
Halla un contrario tal que lo destruye
el pensamiento humilde que hablarme suele
de un ángela en el cielo coronada.
El alma llora, tanto aún le duele,
y dice: «¡Triste de mí, y cuán me huye
el compasivo que me ha consolado!»
De mis ojos dice esta afanosa.
¡Mal hora fue en la que los vio tal dama!
¿Por qué no me creían a mí de ella?
Decía yo: «Sin duda en los sus ojos
debe estar el que mata a mis iguales,
y no me valió darme entera cuenta
que no mirasen tal, pues que fui muerta».
«No fuiste muerta, pero estás perdida,
alma nuestra que tanto te lamentas»,
dice un gentil espíritu de amor;
porque esa hermosa dama que tú sientes,
tu propia vida ha trastrocado tanto,
que tienes miedo de ella, tan cobarde te has vuelto.
Mírala cuán piadosa y cuán humilde,
cuán es sabia y cortés en su grandeza:
piensa, por tanto, en llamarla dama;
pues que, si no te engañas, has de ver
de tan altos milagros el adorno,
que dirás: «Amor, señor verdadero,
he aquí tu esclava, haz cuanto te plazca».
Canción creo yo que serán pocos
los que entender bien sepan tu lenguaje,
tan obscura y trabajosamente lo dices;
de aquí que si por caso te acaeciera
que te hallases delante de personas
que no creas que la hayan entendido,
ruégote entonces que te consueles
diciéndoles dilecta canción mía:
Considerad siquier cuán soy hermosa.
(9) Dante Alighieri, El convivio, Tratado segundo, II:
“Comenzando, pues, digo que ya la estrella de Venus por dos veces había girado en ese su círculo que la hace mostrarse vespertina y matutina, según los dos diversos tiempos, después del tránsito de aquella bienaventurada Beatriz que vive en el cielo con los ángeles y en la tierra con mi alma, cuando aquella dama gentil, de quien hice mención al fin de la Vida Nueva, aparecióse a mis ojos por vez primera, acompañada de Amor, y tomó puesto en mi mente. Y, como dicho está por mí en el librito alegado, acaeció que, más por su gentileza que por elección mía, consentí en ser suyo; porque compadecida con tanta misericordia de mi vida viuda se mostraba, que los espíritus de mis ojos hiciéronse grandes amigos suyos. Y una vez amigos, tal hicieron dentro de mí, que mi beneplácito mostróse contento con desposarse con aquella imagen. Mas, como amor no nace súbitamente ni se hace grande y perfecto, sino que necesita algún tiempo y alimento de pensamientos, principalmente allí donde hay pensamientos contrarios que lo impiden, fue menester, antes que este nuevo amor fuese perfecto, mucha batalla entre el pensamiento que le alimentaba y aquel que le era contrario, el cual tenía aún la fortaleza de mi mente por la gloriosa Beatriz. Porque el uno recibía socorro continuamente por la parte de delante, y el otro por detrás, por parte de la memoria. Y el socorro de delante aumentaba todos los días -lo que no podía el otro- de tal suerte, que impedía volver el rostro atrás. Por lo que me pareció tan admirable y asimismo tan duro de sufrir, que resistirle no pude; y casi gritando -por disculparme de la novedad, en la cual parecíame hallarme falto de fortaleza- dirigí la voz hacia aquella parte de donde procedía la victoria del nuevo pensamiento, que era victoriosísimo, como virtud celestial, y comencé a decir:
Los que entendiendo movéis el tercer cielo”.
(10) Johann W. Goethe, Fausto, I, Noche.
(11) Hans-Georg Gadamer, Poema y diálogo. Ensayos sobre los poetas alemanes más significativos del siglo XX, Gedisa, Barcelona, 1993, p. 41.
(12) Rúdiger Safranski, Romanticismo, Una odisea del espíritu alemán, Tusquets, 2009, p. 104.
(13) Joseph Frank, Dostoievski, III, La secuela de la liberación 1860-1865, Fondo de Cultura Económica, México, 1993, pp. 319-354.
(14) Joseph Frank, Dostoievski, VI, Los años milagrosos, 1865-1871, Fondo de Cultura Económica, México, 1997, p. 164.
(15) Fiódor Mijáilovich Dostoievski, Crimen y castigo, Edimat, Madrid, 2000, p. 411.
(16) Fiódor Mijáilovich Dostoievski, Crimen y castigo..., p. 413.
(17) Fiódor Mijáilovich Dostoievski, Crimen y castigo..., p. 413.
(18) Rüdiger Safranski, Un maestro de Alemania. Martín Heidegger y su tiempo, Tusquets, Barcelona, 1997, pp. 170 y 174.
Ver también:
-- Elzbieta Ettinger, Hannah Arendt y Martín Heidegger, Tusquets, Barcelona, 1996.
-- Alois Prinz, La filosofía como profesión o el amor al mundo. La vida de Hannah Arendt, Herder. Barcelona, 2001.
(19) Iván Rodrigo García Palacios, Las mujeres novela, de Franz Kafka:
http://lectorludi.blogspot.com/
(20) Daniel Desmarquest, Kafka y las muchachas, Editorial Edaf, Madrid, 2002, p. 24.
(21) Marcel Reich-Ranicki, Siete precursores escritores del siglo XX, Kafka, ..., Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, p. 211.
(22) Iván Rodrigo García Palacios, Nietzsche y Kafka, Lectores Ludi de Dostoievski:
http://ivanrodrigogarciapalacios.blogspot.com/
(23) Marcel Reich-Ranicki, Siete precursores. Escritores del siglo XX, Thomas Mann..., Galaxia Guttenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, p. 102.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

 
Licencia Creative Commons
El enamoramiento por Iván Rodrigo García Palacios se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.